Azul Ruso paseaba por el salón. Tan sigiloso como de
costumbre. Fija tenia la mirada hacia su destino. Solamente debía pasar la
cocina, recorrer el pequeño pasillo y entrar por el marco de la puerta de la
habitación de Mariana.
Una vez delante de la cama, sin apenas hacer ruido como de costumbre, metió su cabeza entre las sabanas para poder tocarla. Sólo le quedaba un pie fuera cuando la pudo tocar con la nariz.
Un segundo, dos segundos, y se dispuso a realizar aquello que tanto le gustaba hacer los domingos por la mañana.Se puso frente a frente con ella, la observó, asegurándose que no sospechaba nada, sacó la lengua y le empezó a lamer la nariz suavemente. Seguidamente los ojos y al ver que Mariana no se inmutaba le empezó a lamer la oreja. Azul ruso se relamía los labios al ver como ella se retorcía en la cama, pues tenía mucha piel con la que jugar y le sobraba tiempo.
Cesó unos minutos ya que disfrutaba de las vista que le proporcionaba ese espectáculo. Bordeó la cama sin perder de vista a su presa indefensa, medio desnuda, y totalmente apetecible y se dispuso a atacar de nuevo.
Se decantó por un pie
derecho que sobresalía del somier, acercó la pequeña nariz que le
caracterizaba haciéndole cosquillas (con el bigote) a la indefensa chica, y ,al
lamerle la punta del dedo, gemidos y pequeños suspiros inundaron la pequeña
habitación con apenas luz.Una vez delante de la cama, sin apenas hacer ruido como de costumbre, metió su cabeza entre las sabanas para poder tocarla. Sólo le quedaba un pie fuera cuando la pudo tocar con la nariz.
Un segundo, dos segundos, y se dispuso a realizar aquello que tanto le gustaba hacer los domingos por la mañana.Se puso frente a frente con ella, la observó, asegurándose que no sospechaba nada, sacó la lengua y le empezó a lamer la nariz suavemente. Seguidamente los ojos y al ver que Mariana no se inmutaba le empezó a lamer la oreja. Azul ruso se relamía los labios al ver como ella se retorcía en la cama, pues tenía mucha piel con la que jugar y le sobraba tiempo.
Cesó unos minutos ya que disfrutaba de las vista que le proporcionaba ese espectáculo. Bordeó la cama sin perder de vista a su presa indefensa, medio desnuda, y totalmente apetecible y se dispuso a atacar de nuevo.
Azul Ruso acabó jugando con los tobillos, pequeños e
inocentes lametones y picaros mordisquitos hicieron que Mariana abriera un ojo.
Que a causa de la poca iluminación no podía ver quien se recreaba con sus
largas piernas. Ella lo llamo.
Faltaron segundos para que Azul Ruso apareciera delante de
su cara con sus enormes ojos redondos. Mariana al ver a su compañero tan cerca
sonrío, le dió un beso y le deseó unos buenos días, retiró las sábanas y se fué
a la ducha para empezar un nuevo día cargado de nuevas ilusiones.
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El día transcurrió con mucha normalidad. Desde que Mariana
salió de casa por la mañana Azul Ruso había echo como cada domingo, una pequeña
siesta a media mañana, comer, acercarse a la terraza y observar las vistas de
ese maravilloso ático, otra siesta con los últimos rayos de sol que acariciaban
la terraza.
Y cuando se disponía a entrar a casa para esperar a Mariana
escuchó un ruido en la terraza del vecino. Aparte de unos ojos redondos y una
nariz pequeña a Azul Ruso lo caracterizaba un gran sentido de la curiosidad.
Esa tarde conoció a Tina. Nunca se habían visto antes y eso
que el vivía allí desde hacía 10 años. Tina era mas joven pero no por eso era
inexperta, era mucho mas despierta que las de su edad, poseía una mente
prodigiosa, grande sabiduría acompañado de una picardía juguetona.
Sus enormes ojos azul cielo acompañado de su pelo rubio
oscuro hacían de las mejores combinaciones que Azul Ruso había presenciado en
mucho tiempo.
Se quedaron juntos hasta bien entrada la noche, el no podía
parar de observarla y quedar asombrado de su personalidad. En cuanto escuchó
entrar las llaves en la cerradura se despidió corriendo de Tina y entró en
casa.
Mariana entro en casa exhausta del duro día. Se tumbó junto
él en el sofá. Abrazándole apasionadamente y mirándole a los ojos contándole lo
mal que le había ido ese domingo. Se le escaparon un par de lágrimas y Azul
Ruso se las retiro de sus mejillas sonrojadas. Se paró, miro a los ojos
marrones de su compañero hasta verle el alma, lo abrazó de nuevo y al separarse
le propinó un beso seguidamente otro y después más, apenas había intervalo
entre esos preciosos, suaves y dulces besos.
Una vez recompuesta, Mariana se levantó del sofá sonrió
entre lágrimas, se arregló la falda y se dispuso a prepararse la cena. ¡Hoy
cenaban salmón!
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