El aceite salpicaba toda la cocina, cada gotita competía con
la anterior para ver quien saltaba mas alto i petaba más fuerte. De mientras la
cocinera intentaba esquivar cada una de ellas, bailaba al ritmo de la radio.
Las canciones pop estaban en su punto álgido y no paraban de sonar en la
emis
ora. Las letras repetidas y pegadizas jugaban con el subconsciente de los
fieles oyentes, por lo que era imposible pasar un día sin cantar diez veces la
misma canción.
Una vez el bacon estuvo bien doradito este sobrevoló hasta
llegar a un plato dónde lo esperaban otros de su misma especie. El papel de
cocina puesto en el fondo del plato recogía el aceite sobrante, y la comida ya
estaba preparada.
Ese mediodía no tenía invitados, el día anterior había
tenido suficiente trabajo como para hoy montar fiestas, sólo deseaba quedarse
en casa tranquila, con las persianas medio bajadas observando la luz del sol
atravesar las cortinas y dibujar formas en la pared blanca del salón. Se
enfundó unos pantalones de pijama y se estiró en su sofá verde a relajarse.
Unos minutos más tarde, notó que algo le oprimía el pecho,
le dificultaba respirar y provocándole angustia. Abrió los ojos y se encontró a
su fiel compañero sentado en su pecho, mirándola fijamente con la mirada
confundida, intentando comprender el sobresalto de su dueña. Ella levantó un
brazo y le rascó suavemente la nuca a su amigo provocándole un maullido de
placer.
Miró el reloj viendo que era ya el atardecer y se percató
que llegaba tarde. Saltó rápidamente del sofá tirando al suelo todos los
cojines a juego y se cambió de ropa en un abrir y cerrar de ojos. Se calzó las
deportivas desgastadas y salió hacia el exterior.
Los pocos rayos que quedaban en el cielo apenas quemaban,
Mariana empezó con su trayecto habitual. Se acomodó la mochila a su pequeña
espalda poco musculada y cruzo la gran avenida que separaba su casa del centro
de la ciudad.
Mirando al suelo, como siempre que andaba públicamente,
procuraba esconderse en si misma deseando llegar lo mas pronto a las
callejuelas. Tarareaba por si misma una sinfonía de Bach, hacía mucho tiempo
que no tocaba la flauta, apenas se acordaba de la cara de su profesora Aurora
Venecci.
Aurora era una mujer mayor, bondadosa por naturaleza, amaba
a sus mascotas mas que a su difunto marido. Amaba la música mas que a su propia
alma, y amaba ver el talento de sus alumnos. Intentaba trasmitir a través de
sus clases aquella esencia que se llevaría algún día a la tumba pues aún
esperaba encontrar a alguien digno de toda su sabiduría a quien poder
entregarle sus mas preciados tesoros. Sus experiencias.
Mariana ya estaba en las callejuelas apresuraba el paso pues
no llegaría a tiempo, odiaba llegar tarde y odiaba que la entretuvieran, antes
de llegar a su destino se detuvo en una tienda de segunda mano dónde paraba
habitualmente a buscar libros, aquellos que terminaban llenos de polvo,
aquellos que a veces escondían pequeños tesoros, cartas, entradas de cine, fotografías...
Le gustaba abrir cualquier pagina i hundir la nariz en esas paginas
sucias y viejas. Ese día compró dos libros de Standler, los envolvió con una
hoja de periódico y reprendió su marcha. En dos minutos se planto delante de
ese edificio imponente de grandes ventanales y lleno trabajadores con trajes
ajustados a sus esbeltos cuerpos.
Mariana miró el reloj, aún faltaban 3 minutos para la hora
punta. Nervios a flor de piel, las manos le sudaban y las gafas empezaban a
empañarse, se deshizo el moño para que su pelo largo le tapara la cara y así
pasar desapercibida.
Se sentó en su banco, llevaba 3 meses viniendo y ya se
sentía como en casa, allí mal sentada para poder observar sin despertar ninguna sospecha en la puerta de ese enorme edificio.
2 minutos. Ya empezaba a haber movimiento, trajes
impregnándose y contaminándose con el humo del tabaco, la puerta giratoria iba
escupiendo a diferentes personas con ceños fruncidos que en cuanto salían del
edificio se les relajaba el rostro.
1 minuto. El corazón se le iba a salir, las uñas no tardarían
en ensangrentarse del continuo mordisqueo....
Y cero. Llegó el momento. Allí estaba. Zapatos de vestir
negros, número 43, maletín en mano derecha y americana gris a la perfecta
medida, y desde esa corbata color burdeos nacía un cuello ancho. Su cabello
castaño oscuro escondía la parte superior de las orejas. Tan perfecto y
imponente como siempre.
Mariana detuvo la respiración hasta pasados unos segundos,
sus ojos pequeños lo seguían al milímetro. Suerte que al estar detrás de ese
arbusto el apenas la vería. No quería volver a mantener problemas como alguna
que otra vez.