Pequeños recuerdos.
Otoño. En el patio los árboles se balanceaban por el frío
viento. Las pocas hojas que quedaban bailaban, procurando no toparse con la de
enfrente, todas intentaban ir a una con el vaivén del roble.
El suelo estaba cubierto de hojas muertas de hierbajos sin
apenas color y el sol apenas saludaba.
Un caballo negro de plástico con ojos inánimes galopaba por
el salón, la alfombra representaba el gran desierto cuyo nadie nunca conocería.
Veloz, que así se llamaba nuestro amigo era esclavo de días y días de cansancio,
pues su amo no daba tregua y le ordenaba recorrerse una y otra vez el desierto,
por no hablar de las montañas rocosas situadas al oeste, cuyas cumbres llegaban
a besar las nubes.
Veloz estaba a punto de llegar al final del trayecto cuando
hubo que interrumpir la marcha. Era la hora de comer y Mariana debía nutrirse
para poder ponerse sana de ese resfriado que había cogido en el patio del
colegio.
Un buen plato de sopa caliente le esperaba en lo alto de las
montañas rocosas, junto al plato, un vaso de agua con un medicamento
efervescente sacando sus burbujas. Mariana tenia 7 años, sus manos aún no eran
lo suficiente grandes como para sostener su libro favorito y sus mejillas
sonrojadas por la fiebre, le hacía resaltar aún más sus ojitos verdes, aún inocentes.
Papá no estaba.
Llevaba varios días sin verlo pues llegaba tarde y se marchaba pronto,
muy pronto. Lo echaba de menos, ya podría el quedarse en casa jugando a
recorrer los mundos junto a ella, podría hacerse el malo, pensaba la niña. Pero
Mariana era demasiado pequeña para darse cuenta de la situación que tenia
encima, sus ojos tampoco querían asimilarlo Así que cuando veía o escuchaba
algo raro cogía a su amigo peludo, Fisher y se lo llevaba a su habitación.
El pobre gato intentaba escaparse una y otra vez al saber
que Mariana lo vestiría de princesa o que le haría la permanente en las uñas,
pero la pequeña, inteligente por su edad había encontrado el método de que su
querido amigo se mantuviera quieto…
Papá era un hombre grande y fuerte, tenía una voz grave que
a cualquier niño asustaría al enfadarse. Su bigote largo y espeso le daba un
aire aún más serio del que ya tenia el hombre. Hacía un par de años que Manuel
trabajaba en una gran empresa. No en un gran puesto pero al menos llegaban a fin
de mes. Mariana estaba muy orgullosa de el ya que era un señor con traje y
maletín por lo que ella creía que era el más importante del mundo.
Mamá en cambio era bajita y regordeta, no superaba el metro
cincuenta. Tenía una naricita curiosa, era pequeña muy finita i acabada en
punta. Ella siempre llevaba el pelo ligado a un moño impecable, junto a sus
vestidos de estar y unos tacones ortopédicos que ayudaban a no parecer tan
pequeña al lado de las otras madres. Cecilia no trabajaba por aquellos tiempos,
su enfermedad ya no le dejaba e intentaba ayudar en lo que podía pero la abuela
había venido a vivir a casa para ayudar en lo que Cecilia no podía realizar.
Mamá sufría de una esclerosis múltiple ya avanzada.
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