Al desabrochar el último botón de mi camisa me di cuenta que no había marcha atrás, una vez fuera, mis mejillas se sonrojaron y pude esconderme detrás de mis cabellos. Divisé tu mirada encima de mi piel sensible y desnuda. Pues tus ojos se paraban en cada pequeño detalle que ella tenia, hasta llegar a mis ojos azules.
Lo siguiente, realmente no se como sucedió: me agarraste de mis muslos estrechándome a tí, haciendo mis piernas enredarse en tu cuerpo mientras tus labios jugaban con las pecas de mi cuello.
Entre tanto me agarraba a tus brazos que con fuerza me sostenían y pude notar tu caliente piel, firme y tensa por el momento vivido.
Me lanzaste a la cama, te tumbaste encima mío, inmovilizándome los brazos y gruñéndome en la oreja, pues no tenias suficiente en besarme, sino que ahora me mordías y lamias la zona que te apetecía.
Me apartabas la ropa sobrante y yo entre suspiros ahogados te decía que no era cuestión de una primera cita, y una vez más me encontrabas con los ojos, tan cerca como para notar tu aliento fatigado encima de mi mentón. Cuando por fin recobraste fuerzas tus labios se movieron:
- No haberte quitado la ropa, has sido mala y tengo que castigarte.